Las palabras no tienen secretos, son transparentes, no suelen jugar a las escondidas. Al ser pronunciadas y vividas, revelan todo su ser. Nosotros somos quienes a veces olvidamos su esencia.
Los libros viejos, su olor, sus raspaduras y dobleces remontan a Giovanni a la infancia, a la ingenuidad de sus ojos pasando revista por las líneas, sin entender qué decían, pero sabiendo, sobre todo, que debía cuidarlos.
No sé qué piensan las madres que se preocupan por que sus hijos no leen, tanto así que les dedican sus cansancios y trasnochos a fin de que esto suceda.
Las cajas de Pandora pueden contener numerosos bienes, especialmente, para aquellos niños inquietos que se las ingenian para introducir sus manos y atrapar sueños.
Las arrugas nos sientan bien. Por naturaleza, las tenemos o tendremos; y, sin darnos cuenta, expresaremos lo que somos a través de ellas... Las arrugas cuentan nuestra historia.
Las anclas ayudan a tener calma y paciencia para esperar el paso del temporal. También, pueden inmovilizarnos por mucho tiempo, hasta olvidar que están en el fondo impidiéndonos surgir.
Existen palabras cuyo significado establece un modus operandi en nuestras vidas. Captarlas, pronunciarlas con consciencia y vivirlas puede traer la diferencia.
El ser humano es hijo del tiempo y del espacio. En el tiempo, nace, vive y muere. Sin embargo, esto, que aprende desde sus primeros años de manera tan simple, a veces se le complica.