Soy de las personas que firmemente cree que el angelito de la guarda es una realidad. En verdad, está conmigo, me acompaña, me protege, me aconseja. Nunca lo he visto, pero sí puedo afirmar que lo siento.
Mi angelito de la guarda es “mi angelito de la guarda”, a quien mis padres me enseñaron a rezar, ese que en mis tiempos de niña veía en estampitas y cuadros custodiando a los niños que atravesaban senderos peligrosos como un espeso bosque, o que cruzaban un puentecillo sobre un arroyo. Ese que, aún ahora, cuando veo un cuadrito con su imagen, me hace sonreír y llenarme de paz.
¿Fantasías de la infancia? No sé. Sin embargo, para mí es muy real y cierto. “Lo esencial es invisible a los ojos”, dice el Principito de Antoine de Saint-Exupéry.
Algunas citas
Para fortalecer su certeza en mí, he encontrado algunas citas muy dicientes.
Sin necesidad de irnos a la historia antigua, también me llama la atención, porque algo muy especial deben sentir los padres que llaman a sus hijos Ángel o Ángela. O la expresión tan conocida, cuando una persona recibe una ayuda o un bien de alguien más, le dice con emoción: “eres un ángel”. Su presencia es ciertamente una certeza.
Mi angelito
Pero volviendo a mi experiencia personal, mi angelito sabe hacer de todo y, en múltiples oportunidades, me ha protegido, tal vez de maneras insospechadas. Algunas veces aparece como un paraguas que me resguarda de la lluvia del mal; otras es una persona amiga que me acompaña en determinados momentos o me susurra al oído un buen consejo. Una vez, que recuerdo de manera muy especial, apareció como un bolardo. Cuando yo me apresuraba a caer al piso estrepitosamente, entonces, abracé el bolardo con todas mis fuerza y muy a tiempo; sí, efectivamente, otra vez volvió a salvarme. Y así de mil maneras más.
Últimamente, hemos alcanzado un grado de familiaridad considerable. En estos días, al acostarme, le he encargado despertarme a cierta hora de la mañana y ciertamente lo ha cumplido, pero ayer se lo volví a pedir y me despertó una hora más tarde, lo que no me hizo ninguna gracia. «¿Qué pasó?, ¿por qué no me despertaste?». Después de unos segundos de enfado, se me despejó la mente y le dije: «Ahh, claro, ya tienes 82 años igual que yo, seguramente también estabas agotadito y aprovechaste para descansar un poquito más».
Gracias le doy a Dios por este gran regalo de mi ángel de la guarda que me acompaña desde que nací. Por eso, desde que me la enseñaron mis padres, sigo rezando esta linda oración y al pronunciarla me brota una sonrisa y un gracias:
Anoche, conversando con mi hermano sobre nuestro ángel de la guarda, me dijo él, padre y abuelo, ya también con 80 años, que todas las noches antes de acostarse repite esta misma oración.
Un regalo que tal vez no nos damos cuenta que tenemos desde nuestro nacimiento.
Tú también tienes un angelito de la guarda. ¿Lo sabías? Si no, nunca es tarde para descubrir su presencia.
Eloísa Barcia Gastón