Mi primer libro

No sé qué piensan las madres que se preocupan por que sus hijos no leen, tanto así que les dedican sus cansancios y trasnochos a fin de que esto suceda.
Pinocho

Érase una vez

Cuando tenía cuatro años, no lograba entender las explicaciones de mi profesora de preescolar, las letras me generaban angustia. Hoy día, casi cuatro décadas más tarde, todavía recuerdo el pánico en el que entraba cuando decía: “dictado”. Para mi fortuna, tenía una madre a la que le preocupaba mi situación y que no lograra “aprender a leer”. Así que ella se dio a la tarea de enseñarme para que lo lograra. En aquella época se usaban los cuentos con casete (las generaciones de hoy no sabrán nunca cómo se devolvían los casetes, pero eso es otra historia).

Mi madre me compró Pinocho. Recuerdo que la voz decía: «Sabrán que deben dar vuelta a la página al escuchar la campanita». Todavía conservo el casete y, para escribir esta historia, lo escuché de nuevo (suspiros). El resultado es que aprendí, lo logré, y no solo eso, también me enamoré de las letras, y sigo enamorada de ellas. Este librito me marcó mucho, no por el cuento en sí, sino por lo que representó para mí.

Un día, dando vueltas por una brocante (mercado de las pulgas en Francia), lo vi en francés; no lo dudé ni un instante, lo compré y lo conservo. Sé que el mío está en alguna parte. Tengo la sospecha de que mi madre lo conserva, pero me dice que no, para no entregármelo (risas).

Habitando las letras

Una vez aprendí a leer, quería seguir leyendo. En mi casa, no había muchos libros, pero me llevaban a casa de mi abuelita (como Caperucita). Ella tenía uno que me regaló y se convirtió en mi primer libro de niña grande: Mujercitas, de Louise May Alcott.

Como pueden apreciar en la imagen, tenía dibujos en blanco y negro que yo coloreé. Se lo leí a mi abuelita a viva voz. Ella me decía que era buena leyendo; le gustaba que lo hiciera. Fui su lectora hasta que partió a encontrarse con Louise y todos los que aparecían en la Biblia, que tanto le gustaba que le leyera.

Tendría unos ocho años cuando leí Mujercitas. En ese entonces, me dijeron que la autora era un hombre. Lo que es no saber distinguir entre Louis y Louise y creer que solo los que publican son hombres. Así que, cuando descubrí que no era un él sino una ella, ocurrió una gran revelación para mí. Ahora que lo pienso, creo que fue ahí cuando empecé a pensar en que yo también podía escribir. Y lo he hecho, no tanto como quisiera, pero sí.

Este libro todavía lo conservo. Hasta hicimos un viaje juntos. Si tuviera el de Pinocho, también hubiera viajado con él. Ambos tienen un lugar en mi corazón.

Cuando empezamos a leer un libro, no nos alcanzamos a imaginar que las aventuras que vivimos con cada uno van más allá de sus páginas. Tras de estos dos, han venido muchos otros. Unos los he amado, otros los he olvidado. Algunos se han ido a otras manos, otros los he conservado, hacen parte de mi testamento.

Hoy día, soy yo “la mamá” … y ha sido muy lindo leer con mi hijo. No sé si para él las letras vayan a ser tan especiales como para mí. Solo sé que he procurado que tenga una buena relación con ellas; y eso sí, que sepa si es autor o autora, porque las palabras son de todos, de quien quiera usarlas para crear con ellas.