El diccionario es uno de los objetos más preciados para los amantes de las palabras. En él se encuentra el inventario de las semillas que servirán para la creación o destrucción de mundos enteros.
El poder de las palabras reside en saber que ninguna es «mala» ni «buena» por naturaleza. Sin embargo, el abuso de ciertos vocablos les otorga un matiz particular que puede perjudicar a quien los pronuncia.
Circula en la internet un texto que puede ilustrarnos sobre la diferencia entre verbos pesados y livianos. Dice:

Verbos pesados
Por un lado, la robustez de los primeros tres verbos de la frase es indiscutible: su peso, volumen y el espacio que ocupan; y, por otro lado, sus consecuencias. Por ejemplo, las del verbo “cargar” se evidencian en el desgaste del objeto o la persona que ejecuta esta acción, el desgaste de las ruedas y piñones, las dolencias de espalda y rodillas, por nombrar algunas.
El segundo verbo, “pesar”, inmediatamente se relaciona con la palabra “peso” y, claro, se vincula al dolor que produce cargar algo por demasiado tiempo.
El tercer verbo, “hundir”, impacta por su drástica consecuencia, que impide levantar la cabeza, extender la mirada y vislumbrar otros horizontes; muy al contrario, consiste en un sumergimiento a pedazos.
Ahora, si juntamos estos verbos y palpamos su acción, que inexorablemente va in crescendo, el desenlace es fatal.
Verbos livianos
La liviandad de los segundos verbos es innegable. El primero es fantástico: “soltar”. Pensamos con frecuencia que al soltar perdemos. Cuando elevamos una cometa, necesitamos pita para soltarla y que vuele; entre más pita tengamos, más alto volará la cometa, pero el contacto con nosotros nunca se perderá. Bueno, se pueden presentar vientos tan fuertes que rompan las pitas y físicamente nos alejen de las cometas; pero su recuerdo, libertad y la dicha que nos brindó nadie la borrará.
El segundo verbo, “perdonar”, se ha malgastado tanto actualmente, que puede correr el riesgo de no decirnos nada. Sin embargo, si nos remitimos a su significado latino vuelve a tener sentido: per (por completo) y dono (donar), “donar o regalar por completo”. Imaginémonos un regalo que se otorga por completo, no a pedazos ni por raticos; no en el presente, sino para siempre; y pensar que en nosotros radica la potestad de dar un regalo así debería llenarnos de contento y esperanza.
El tercer verbo, “dejar ir”, es generosidad y amor galopante. No construir barrotes; más bien, dibujar ventanas y puertas para mirar y salir; y también para que las personas que amamos lo hagan.
Asimismo, “dejar ir” puede relacionarse con “aceptar” aquello que no podemos remediar y esto, con seguridad, nos producirá paz.
Ángela Yaneth Franco Silva