Descripción
El ancla es un objeto de hierro que consta de una cruz o punto de intersección de dos brazos, cada uno de los cuales termina en una uña o mapa. En el centro de esta base, se desprende la caña dispuesta verticalmente con respecto a un cepo perpendicular a esta. En la mitad del cepo, se encuentra el ojo del arganeo o argolla, por donde se enlaza la cadena al barco. El ancla se utiliza para inmovilizar las embarcaciones en mar abierto.

Partes del ancla
Simbología
En la mayoría de las culturas, el ancla se relaciona con la esperanza y la salvación. Esta permite que el barco se detenga ante grandes oleadas, que pueden ocasionarle graves daños y, además, evita que vaya a la deriva, lo que produciría su pérdida o naufragio en el mar.
Igualmente, el ancla se asocia con la seguridad y la solidez. Dada la contundencia de su estructura, reduce considerablemente los riesgos y provee a la embarcación de tranquilidad y confianza.
Además, el ancla se conecta con la lucidez, puesto que detenerse permite ver con más claridad y analizar las circunstancias desde varios puntos de vista.
Sin embargo, la función del ancla, que es inmovilizar la nave, puede vincularse con lo estático, pues se nos puede olvidar que echamos las anclas.
Una historia…
Sin premeditación alguna, resultamos dirigiendo los ojos hacia atrás y un cuadro detenido en la memoria, vestido de una perfección inusitada, despierta. El hecho de recordar tan vívidamente ese momento del ayer, ese gran dolor, esa gran alegría, ese inolvidable perfume, ese inconfundible sabor o esa delicada tersura posiblemente sea una llamada a detenerse, a dudar, a hacer algo, para luego levantarse y seguir avante. Quizá sea un buen momento para echar las anclas.
Recordé ir en una barca por el lago Titicaca… La inmensidad hecha azul, confundida con el cielo. Ese paisaje me decía que el mundo era grande y podía ser para mí. De repente, en un momento, me faltó la fe como a Pedro, me llené de miedo, sentí que el suave vaivén de la barca me llamaba hacia el fondo y hacia allí me dirigí. «¡Echar anclas!». Efectivamente, parte de mi vida quedó detenida en esa escena.
Con el tiempo, se puede olvidar el incidente y seguir el camino que traza la vida en tierra firme. Sin embargo, un día como hoy, la mente viaja de nuevo allí: el color del lago, el cielo, la felicidad en los ojos que se extienden y se apoderan de todo…

Otro mar…
¿Qué me quieres decir?
Esos episodios que trae la memoria y crean desconcierto por largos lapsos de tiempo son hechos que pueden decir algo y la respuesta está en volver, no propiamente al sitio físico, sino al momento que se recrea en la mente tan vívidamente como si fuera real y observarlo desde otra perspectiva, construyendo una historia para vivir o para cumplir…
De ese hecho recordado, me surgió una verdad: el querer tomar el mundo con las manos, el saber que todo es posible si se intenta, el arriesgarse a emprender un camino que por temor se evitó y constatar si es viable en estos momentos o no… ¡Vale la pena! Lo peor que puede pasar, así suene cliché, es que no funcione, pero se habrán levado las anclas, se habrá extendido la mirada hasta aquello que quedó pendiente, se habrá agitado la mano al decidir con valentía dejarlo atrás, decir adiós… Sea cual sea la decisión, habrá valido la pena… pues habrá sucedido otro mar…
Bueno resulta volver… bueno resulta recordar que debemos levar anclas cuando ya sea el tiempo… el tiempo de la liberación… el tiempo para continuar el viaje.
Cuando llegue el momento, ustedes lo sabrán. No hay de qué afanarse.
Ángela Yaneth Franco Silva