Corderos de Dios

Las personas enfermas son terriblemente bellas: nos muestran un rostro que no queremos ver, evidencian la fragilidad y fugacidad, e inauguran la escuela a la que debemos matricularnos si deseamos crecer en el amor, la bondad, la paz y la misericordia.
La-enfermedad

La enfermedad

La enfermedad es el nuevo estado que vive una persona cuando deja de estar sana. Es la pérdida de la salud, es decir, la incapacidad de realizar con facilidad y soltura aquello que se hacía antes maquinalmente.

Este choque contra la realidad lo sufre la persona en carne propia en todas sus dimensiones, es decir, en la física, emocional, cognitiva, social y espiritual; todo su ser está en manos de los nuevos cambios.

Por otro lado, los familiares y personas que rodean a la persona enferma también se ven conmocionados ante la nueva realidad. De ahí que el reto sea aún más considerable.  

La enfermedad toca a la puerta y nunca estamos preparados para recibirla. La mayoría hace oídos sordos ante ella y no es para menos, porque llega a revolcar nuestra casa y a cada uno de sus habitantes.

Corderos de Dios

La persona que la recibe, la que se ofrece a la enfermedad, es un “cordero de Dios”. Esa frase, “cordero de Dios”, tan incomprensible y bella, alude a Jesús, quien fue enviado por Dios para recoger y sufrir por nuestros pecados y, lo más importante, para salvarnos. Entonces, de la misma manera, toda persona enferma es como un pequeño cordero que se inmola por cada uno de nosotros.

En primer lugar, la persona recibe la enfermedad, le abre la puerta, le abre su ser, y es habitada por ella con todos los abismos desconocidos que le son propios a esta nueva condición. Como se decía anteriormente, la persona padece la enfermedad en todo su ser.

En segundo lugar, esa persona nos regala, al adoptar ella la enfermedad y sufrirla, una escuela en carne viva que es la misma persona, para aprender de la fragilidad, de lo efímero, de la verdad, del siempre, de lo que importa, de nuestra capacidad de amor y de amar; y de la supremacía de Dios por sobre todas las cosas.

La persona enferma es un Cristo que nos dona un poco más de salud para aprender de su contrario, la enfermedad. La persona enferma es un Cristo que nos prepara, para que, sin temor, le abramos la puerta a la enfermedad cuando esté llamando a alguien de nuestra casa.

Mensaje de agradecimiento

Gracias a todas las personas enfermas de nuestras familias y del mundo entero, que nos donan su ser, podemos disfrutar un ratico más de salud, estamos habilitados para contemplar en toda su verdadera dimensión y con todos nuestros sentidos el sacrificio que hacen por todos nosotros, estamos en plena conciencia para aprender la gracia de la vida.

Ojalá sepamos agradecerles este tiempo extra que nos obsequian con nuestra entrega, cuidado, devoción, oración y nuestro crecimiento en amor, bondad, generosidad y valentía. Amén.