Intro
Siempre que escribo parto de los sentidos; casi siempre, desde lo que tengo de frente a mi vista. Aunque no, no escribo muy seguido. No podría engañar a las personas pareciendo aplicado, académico o talentoso. Es el amor fraternal que me ha invitado a hacerlo y, por tratarse del amor, no podía negarme. Con mucha cautela y con esfuerzo comencé unos ejercicios que me quitaron el aliento algunas veces y me sacaron algunas lágrimas de emoción otras. A continuación, la historia.
Domesticación
Hoy, como casi todos los días, tengo mi zorro de felpa naranja que me recuerda la domesticación. Sí, así como esa que me generaron los Diálogos Poéticos en los que gocé participar. “Eran los martes y los viernes”, como sostiene uno de mis poemas, que revisaba mi correo electrónico en el teléfono para saber si había un punto rojo que me enviara directo a una pantalla más grande para poder disfrutar de la lectura. Tal vez, tú no lo comprendas, pero para una personalidad ansiosa como la mía, la costumbre de esperar una respuesta es adrenalina pura.
Lo desconocido
Cuando me plantearon que debía enviar un poema a una persona que nunca había visto, de quien no conocía más que su dirección electrónica, a la que debía responder y proponer temas eventualmente, caí en otro de mis temores personales: la socialización. Esta actividad de alto impacto sumó emociones palpitantes a la domesticación. Ya eran dos taras a las que debía enfrentarme. Contestar a unas líneas totalmente nuevas, inexploradas, me parecía fascinante y retador. Tuve que ser muy cuidadoso al momento de seleccionar aquello en lo que se centraría la conversación y, además, imprimirle un poco de astucia para llamar la atención de la lectura.
El experimento
La ventaja es que fueron dos veces en las que pude afrontar tan terrible imposición. Eso me ayudó a comprender cómo hay personas capaces de combinar palabras y que les suenen tan bien. Eso también sirvió para darme cuenta de que los amigos le tienen a uno mucho cariño y le perdonan la estupidez, la falta de buena ortografía y le aplauden las lánguidas líneas. Lo mejor de todo eso es que al final uno sí da cuenta de lo vergonzoso que resulta leer lo primero que se escribió y de creer que lo último es una verdadera obra de arte. Lo que sí sé es que hubo algunas risas y no fueron de burla. Lo malo, es que se trataba de escribir poemas y no comedias.
Descubrimiento
También tuve tiempo para pensar en quién soy, cómo soy y cuán frágil termina uno después de este experimento. Pensé en las emociones a las que tuve que recurrir y la manera en que las quería contar. A veces intenté esconder algunas, pero comprendí que se trataba de ser uno mismo sin-vergüenza. Esto debe ser lo más parecido a estar en una vitrina: expuesto y a la merced de quien quiera mirar… o leer. Y entonces se enfrenta uno a otro de los temores recurrentes, al de ser observado. Pero no dolió. Y creo que hasta me gustó. Tal vez lo vuelva a intentar.
La complicidad
Como toda historia, es necesario contar con un ojo profundo, ilustrado y conocido que le aliente y le diga que va por buen camino. Así en el fondo uno sea consciente de que es por puro amor fraternal, mas no por talento. Sin embargo, sí noté un cambió en la perspectiva (pareciera que la vista es mi sentido favorito) en la mía. Ahora entiendo que lanzarse a ese vacío emocional no fue tan dramático como lo imaginé. Encontré ayudas en la experiencia, líneas de honestidad y soporte en los seres humanos de los que me gusta huir.
Y todo esto, gracias a un mensaje después de diez años.
Mike Silva Ferro