Cuando la luz entra por los ojos y llega hasta el cerebro, acontece una maniobra electromagnética que origina la capacidad de ver el entorno, sus formas, colores, movimientos y distancias.
Cuando las partículas odoríficas, transportadas por el aire, arriban a las profundidades de las fosas nasales y siguen su camino hasta el cerebro, surge la consciencia del olor.
Cuando los alimentos entran a la boca y se humedecen debido a la saliva, las papilas gustativas se despiertan, perciben el sabor que despiden y transportan esta información al cerebro.
Cuando las ondas sonoras entran por el oído externo hasta el tímpano y de allí al oído interno, culminan en la corteza cerebral, momento en el cual se procesan y perciben los sonidos.
Cuando un estímulo llega a la piel, esta reacciona percibiendo temperaturas, fuerzas, texturas, emociones. El viaje al cerebro es veloz, pues este órgano es el más grande y cuenta con numerosos nervios receptores.
Los sentidos son ventanas por medio de las cuales se conoce la realidad en todas sus dimensiones y formas. El universo es percibido y comprendido por el ser humano gracias a que está dotado de estas cinco maravillas, cuyo acontecer es mecánico para nosotros, pues no nos damos cuenta de que funciona permanentemente.
Estos complejos recorridos de cada sistema sensorial funcionarán a pleno pulmón con solo recordar un pequeño detalle: abrir las ventanas.
Los sentidos y el presente
Leer y escribir el presente significa despertar nuestros sentidos para captarlo y comunicarlo. Captarlo requiere abrir los ojos, tener las fosas nasales dispuestas, degustar los alimentos, aguzar los oídos y alertar el tacto.
Recordar que, como seres humanos, contamos con estos recursos de captación favorece el estar en la realidad y, de igual manera, vivirla en todo su esplendor viéndola, olfateándola, degustándola, escuchándola y tocándola. La invitación es a usarlos.
Contemplar
Un día, había llovido mucho en la mañana y hacia el mediodía salí del ascensor del apartamento de mi hermano. El sol era radiante, el aire estaba limpio y cristalino, olía a pasto mojado y a unos cuantos pasos al frente estaba: una gran cantidad de papiros repletos de gotas de lluvia. Me extasié con la visión y mi mirada fue robada por esas gotas redondas sobre esos tallos puntudos y delgados; mi mirada se hizo funámbula para, convertida en gota, poder atravesarlos sin caer.
La existencia de las personas, los seres y las cosas se va haciendo presente, y todo surge como por primera vez. Cada parpadeo trae un nuevo nacimiento.
Olfatear y saborear
En este nuevo vivir el presente, mi amiga y maestra Julia me contó que una tarde paseaba por en medio de sus árboles frutales y el aroma a frutas era exquisito. El olor hizo que ella tomara una naranja de uno de los árboles y se la comiera; todo por el olor, que luego se compensó con ese sabor inigualable.
Al leer el poema y también al ver la foto, es imparable el sabor de naranja en la boca. ¡Delicioso!
Tentar
También, mi amigo Freddy, en uno de aquellos días en que se va la luz, tuvo la providencia de sacar a flote uno de sus sentidos, pero, no conforme con ello, fue más allá, pues sobrepasó la etapa de curiosear y comenzó un diálogo con aquello que pensamos carente de vida, de sentido, de razón.
Con este poema breve, me queda la inquietud de cómo continuó el diálogo de los objetos con Freddy.
Sondear y degustar
Siguiendo por este camino de los sentidos, me encontré un día con unos cuantos lyches que mi sobrina había traído; fruta asiática, exquisita, que tiene una especie de cáscara con puyas y cuando se abre brota una redondez blanca blanca blanca que introduces en la boca. ¡Todo un descubrimiento!
Estos son ejemplos de ese estar en el presente ayudados de nuestros cinco sentidos, que son la mayor fuente de riqueza de nuestra humanidad tan limitada y descomunal.
El plus
Cuando captamos y luego escribimos sobre estos momentos sacados de la realidad, y los compartimos, la alegría es doble, puesto que le obsequiamos a la persona que nos escucha un trozo de la realidad que percibimos y que quizá ella no lo haya hecho. Eso nos ha ocurrido a Julia, a Freddy y a mí: cada uno ve lo que el otro no y cada pedazo de realidad que compartimos los unos con los otros nos hace mucho más rico este vivir.
Los dejo con un poema de Roberto Juarroz, a propósito de las miradas que compartimos.
Miro un árbol. Tú miras lejos cualquier cosa. Pero yo sé que si no mirara este árbol tú lo mirarías por mí y tú sabes que si no miraras lo que miras yo lo miraría por ti. Ya no nos basta mirar cada uno con el otro. Hemos logrado que si uno de los dos falta, el otro mire lo que uno tendría que mirar. Sólo necesitamos ahora fundar una mirada que mire por los dos lo que ambos deberíamos mirar cuando no estemos ya en ninguna parte.
Ángela Yaneth Franco Silva